Ya por mi último curso universitario nacieron en mí las ganas de escribir un libro. Echaba de menos esos concursos literarios anuales de mi colegio, en el que llegué a ganar varios premios (el hecho de que hubiese pocos competidores en mis últimos años es mera anécdota, estaba claro que yo iba a ser un genio de la literatura).
Hablé con una profesora de mi universidad, siendo la casualidad que ella también era escritora. La verdad sea dicha, tampoco se esmeró demasiado en ayudarme; simplemente me dio un panfleto con diversos concursos literarios a nivel nacional.
Con la carrera ya cerca de terminar, empecé con mis primeros bocetos. Como por aquel entonces estaba leyendo el tercer tomo de la saga "El Legado", escrita por Christopher Paolini; y si además a eso se le juntaba que siempre me ha gustado la mitología que envuelve a los dragones, mi primera obra literaria era bastante obvia: un mundo de fantasía donde los presonajes eran todos dragones.
Llegué incluso a tener los títulos para unos 20 capítulos; por lo que se puede decir que el esqueleto más básico de mi obra estaba cogiendo forma. Es más, incluso tenía escogidos los nombres de varios personajes secundarios así como la mitología que envolvería a los dragones de mi futura novela.
El problema llegó cuando me decidí a empezar a escribir. Ya había terminado mi primera carrera y me encaminaba a hacer una licenciatura que nunca llegaría a terminar
Me bloqueé; no era capaz de desarrollar nada la trama. Me quedaba bloqueado en cada capítulo. Veía que los tres primeros capítulos apenas alcanzaban la página y media de un documento de Word. Trataba de hacer mejores descripciones... pero parecía ser que no iba conmigo. Después de un pequeño parón, releí lo que había escrito hasta la fecha y no me gustó nada. Dejé de soñar despierto; ser escritor no era lo mío. Borré el documento y destruí todo rastro del esqueleto que tenía escrito en un cuaderno.
Años más tarde, cuando llevaba ya un par de años sin empleo desde que se me terminase el contrato en la capital navarra, me vino otra vez la idea de escribir un libro. No tan fantasioso, pues estaba claro que no iba a llegar a buen puerto. Tal vez uno más real, uno en el que pudiera incluir mis propias experiencias a través de otros personajes. Es por ello que decidí volver a ponerme manos a la obra.
Esta vez empecé bastante bien, sabía muy bien lo que tenía que hacer. De hecho, lo poco que todavía conservo de esa obra (apenas una página) me sigue gustando cuando, a día de hoy, lo he vuelto a leer después de mucho tiempo sin ser revisado.
Si me gusta este nuevo inicio literario, ¿por qué no seguí adelante y traté de terminar mi primera novela? La respuesta es simple: motivos laborales. Desde septiembre del 2015 que tengo trabajo de manera regular y que me lleva a conocer muchas ciudades diferentes de Euskadi, por lo que cuando llego a casa del trabajo lo único que quiero, si es que puedo, es desconectar de todo jugando a algún videojuego, viendo alguna serie y/o leyendo un poco.
No lo sé con certeza. Tal vez en un futuro me ponga una vez más con este proyecto que casi ni lo empecé y del que no conservo apenas nada.
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