Por fin llegó ese día tan deseado por todos los estudiantes, y de paso, de los profesores. Este curso ha sido muy especial para mí. De los tres años que llevo como docente interino en la escuela pública del País Vasco este ha sido en el que más centros diferentes he visto y en el que he visto situaciones y realidades muy diversas.
Vamos por partes, este curso he estado en la friolera de diez colegios diferentes, con la curiosidad de que en dos de ellos he repetido; dicho de otro modo, este año he realizado doce suplencias diferentes.
Afortunadamente para mí, algunas de estas doce suplencias han sido bastante largas. Guardo con gran cariño esos dos meses en un colegio vitoriano y todo un trimestre en Zumaia. Si bien es cierto que no se acerca de momento a la casi totalidad del curso anterior, que la hice en un colegio alavés del que nunca me olvidaré y del que guardo muy buenos recuerdos, siempre se agradecen las bajas medianamente largas.
Pero no todo ha sido bueno este curso. A finales del primer trimestre estuve por un tiempo en un colegio con una metodología completamente diferente a la habitual, por lo que me sentí perdido. Para colmo, nadie me quiso/pudo explicar cómo realizar correctamente mi labor, por lo que lo hice lo mejor posible, aunque imagino que no lo hice bien.
Además, he estado todo el tercer trimestre de la ceca a la meca, por lo que se puede decir que he ejercido más bien poco. Es cierto que no me ha faltado el trabajo, pero al haber estado en tantos colegios en tan poco tiempo (lo que supone que son bajas muy cortas) se ha traducido en que he enseñado poco o nada más allá de lo que me hubiesen planificado o algún que otro pequeño detalle que haya sido capaz de enseñar. Como dato anecdótico, de las doce bajas que he suplido este año, ocho han sido durante el último trimestre.
En definitiva, que ahora toca empezar las vacaciones de verano y a finales de agosto ya empezaré a saber qué será de mí durante el curso académico 2018/2019.
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